Ella es una mala influencia, está claro...

Tras un mes (casi) sin ir al gimnasio, y aprovechando la vuelta al cole (al curro, que más da) me dispongo a volver al gimnasio. Ella también pero nos disponemos por separado, ya que no solemos coincidir en los horarios (afortunadamente para mis lorcicas)

Yo necesito un proceso mental previo de días... “Tal día empiezo”, “Tal día empiezo”, “Tal día empiezo” porque después de un parón me cuesta arrancar bastante... Pero una vez realizada la mentalización previa y llegado el día D, mejor que no piense y actúe directamente, porque si me paro un instante a pensar encuentro una excusa...

Y ahí estoy el dichoso día D, pa allá y pa acá, con mi mochila prepará... y da la casualidad que ella llega temprano de trabajar (se nota que es Agosto y el jefe está casi de vacaciones eh?) y me dice mientras comemos que viene conmigo...

Ella se va un ratito a leer mientas yo me quedo en el ordenador... No quiero ni pensar en acercarme a la cama, ese poderoso imán que en las tardes de Agosto tira irresistiblemente de mi cuerpo hacia ella... Y estoy segurísima de que lo conseguiré cuando escucho...

-Por fiiiii (voz zalamera) ¿Me puedes traer agua??

Y me acerco a la cama despacio, con el agua en la mano (ya flaqueando) y ella, que se ha colocado estratégicamente en el mismo centro de la cama, cual trozo de queso en una ratonera... me suelta a bocajarro su frase mágica...

-¿Por qué no vamos al gimnasio mañana?... Anda ven aquí...

Y yo es que soy mu floja... y siempre caigo en su trampa irremediablemente...